martes, 20 de marzo de 2012

El agua, el bien más preciado

El próximo jueves 22 de Marzo es el Día Mundial del Agua, así lo declaró en 1992 a través de una resolución la Asamblea de Naciones Unidas. Con motivo de esta fecha señalada y de los comentarios que estuve escuchando de unos tertulianos en un programa de la televisión sobre la solidaridad que debe existir en España con el problema compartido del agua, se me vino a la mente una anécdota -porque finalmente no fue más que eso- de la que fui partícipe junto con un amigo a principios de la década pasada.


Estrenando prácticamente la veintena, este amigo mío y yo decidimos pasar unos días al sol -y a la sombra- en la Costa Dorada. Para ello, nos embarcamos en un tren desde la otra punta de España, más allá de las montañas de Pedrafita do Cebreiro, compartiendo un coche-cama junto con otros dos viajeros. Pasados los días en la playa, en el parque temático más importante de la zona, y tras haber "disfrutado" del sol, de la piscina del hotel y de las vistas que nos patrocinaban las extranjeras, nos llegó el día en que debíamos emprender la vuelta a casa. El tren salía del pueblo donde nos hallábamos y hacía parada de unas cuantas horas en la ciudad, desde donde partiría nuestro convoy rumbo al, ya, deseado, codiciado y ansiado verde. Una vez en la estación, sopesamos el ir a ver la ciudad que, por cierto, sabíamos: tenía un conjunto arqueológico nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO -más que nada por no haber pasado por allí y no echar un vistazo-. Digo que sopesamos el ver la urbe porque no teníamos un duro, así que debíamos caminar con las maletas a cuestas -recuerdo que no tenían ruedas-. El poco caudal del que disponíamos lo utilizamos para comprar una barra de pan, un fuet, un botellín de agua y, tras dudar unos instantes entre coger más del tan preciado bien o un paquete de tabaco, ganó la elección menos sabia y más viciosa. Con la barra de pan de trigo y el delgado salchichón bajo el brazo, el agua, y el dichoso equipaje, echamos el culo pa´ trás y empezamos a subir -no se me olvidará jamás la tremenda cuesta desde el apeadero-. El infernal calor del mediodía -unos 40 grados- derretía nuestros sesos y hacía que deambulásemos como zombies por las calles. Sofocante es decir poco para referirse a aquel bochorno. Llegados a la parte más alta de la ciudad, ya sin agua y sin derechos para adquirirla, nos dirijimos hacia un bar para pedir que nos rellenasen, por favor, la botella de plástico vacía. El hombre que estaba al otro lado de la barra, tras oír nuestra petición con el acento propio de quien viene del otro lado de la meseta, rehusó  nuestra demanda y súplica diciendo de modo soez: "Claro, como en vuestra tierra os sobra...". No dábamos crédito, de verdad, a lo que nuestros ojos y oídos sentían. Con la misma, dimos media vuelta, tragando saliva como podíamos, y soltando algún que otro improperio, que por otro lado, bien se merecía el muy hijo de puta.
Ahora que no fumo, no concibo como pude haber elegido entre el agua y el tabaco. Me imagino que supondría que lo primero, siempre, se compartiría.
Solidaridad es la palabra clave para subsistir en comunidad sin odios y sin rencores.



2 comentarios:

  1. Qué bien escribes Luis, sabes describir las cosas con mucha inteligencia y eso hace que todo sea fácil de leer,llevadero.
    Entre todos vamos a conseguir que este blog se convierta en uno de los más visitados.
    Un beso y sigue así.

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  2. Muchas gracias María.
    Un beso y un fuerte abrazo

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